Tú te reías mientras yo despedía a las nubes, alcanzaba a ver un par de ellas y alguna que otra golondrina, ellas volaban bajo; quizás querían liberar a aquellas que tenías por estampado en tu vestido, muy bonito he de decir por cierto o quizás querían avisarnos del calor que tendríamos que soportar al día siguiente. A la caída del sol tú y yo seguíamos en el mismo sitio, casi estáticos, te miro y solo encuentro la huella que dejas tras de ti, una mezcla de dulzor que escuece; tanto que me corroe pero que extrañamente agrada.
Vas a acabar conmigo, así lo haces con tus tazas de té todas las mañanas y no pararás hasta dejarme en los cimientos, como los grandes edificios que se dejan sin construir; llenos de oquedades; marcas, arañazos y piedras que se lanzan a modo de bienvenida a un nuevo estatus que compartiremos para el resto de los días.
No necesito que regreses, me has transformado en algo que no quiero ser, algo con lo que me intoxiqué cuando entré por primera vez a tu maldita habitación.
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